En el lugar donde trabajo hay un joven, compañero de
trabajo, con el cual solo coincido cada quince días.
Este joven apenas tiene veinte años, está casado y tiene un
bebe.
Es muy parco para hablar, si tú le haces plática apenas si
te contesta con monosílabas y, como dicen algunos, tiene cara de sangrón.
Pero a base de diversos intentos por charlar con él, he
descubierto dos cosas que le apasionan a la hora de platicar.
Primero el cine,
le gusta mucho el cine, al grado de cometer la tontería de faltar un día al
empleo para asistir a una función de cine.
La otra, y más importante, su pequeño hijo de siete meses. Escucharlo
hablar de su hijo es inspirador, uno puede ver como ese rostro serio y plano se
transforma en un sol. Con una enorme sonrisa y unos grandes ojos llenos de luz.
Al hablar de su hijo da hasta los
detalles más pequeños sobre él, desde
como comienza a caminar en andador hasta la forma inteligente en que el pequeño
reacciona ante distintas situaciones que se le presentan.
La bendición de ser padre, una de las más grandes que Dios
nos ha dado. Capaz de transformar a un hombre apagado en un sol que pareciera
iluminar el lugar de trabajo.
Y quienes tenemos la bendición de serlo, o de ser madres,
saben de lo que hablo.
SHALOM.